El debate público sobre las cuestiones de género está en auge y es un mensaje fuerte porque indica que se trata de algo importante que debe ser discutirse y solucionarse
Por Virginia García Beaudoux (*)
Presenciamos un avance notable en el debate público de las cuestiones de género. En estos últimos meses, el Gobierno ha dado impulso a la discusión de temas como inequidad salarial o licencia parental, y a una inédita apertura de la discusión parlamentaria de una nueva legislación sobre interrupción voluntaria del embarazo, autorizado desde 1921 sólo en circunstancias muy específicas.
Los procesos sociales nunca son casuales pero sus tiempos dependen muchas veces de circunstancias coyunturales, como lo fue la sanción de la paridad en las listas legislativas a finales de 2017. No era algo que se hubiera programado y, sin embargo, se logró concretar. El fenómeno es, además, global: lo demuestra con elocuencia lo sucedido el último 8M. Eso dota a los asuntos de género de una sonoridad diferente. Las mujeres en todo el planeta, con diferencias y matices pero con notable consistencia, visibilidad y compromiso, han decidido impulsar esta agenda y no tienen la intención de detenerse hasta alcanzar los objetivos propuestos.
Algunos se preguntan por qué ahora. Me permito responderles con otra pregunta: ¿Cómo es posible que, casi en la tercera década del Siglo XXI, estemos aún discutiendo cuestiones obvias que insultan hasta al sentido común? Según el Indec, en 2017 la brecha salarial fue de 23,5%, lo que equivale a decir que las mujeres en nuestro país trabajamos gratis 86 días al año. La brecha aumenta a 35% en el mercado informal, y la mayoría de las mujeres se ubica en el grupo de menores ingresos. En Argentina, sólo hay 2 mujeres al frente de un abanico de 20 ministerios posibles –21 considerando la Jefatura de Gabinete de Ministros–, y brillan por su ausencia las Secretarías Generales en nuestros sindicatos. Constituyen la mayoría del personal docente de las universidades, pero los decanos y rectores son predominantemente hombres. La anomalía es mundial: la Universidad de Oxford nombró su primera rectora en 2015, después de la friolera de 800 años de existencia. Según la UNESCO, las mujeres son tan sólo el 28% de los investigadores científicos del planeta y 12% de los miembros de las academias de ciencias. Entre 1901 y 2017, apenas el 5% de los premios Nobel fueron otorgados a mujeres. En 2016 y 2017 ninguna obtuvo el galardón. Esos números nos muestran una situación de inequidad ilegítima que no tiene justificativos, cuyo rango se extiende desde el polo de lo absurdo hasta el de lo humillante.
Es cierto que la dimensión de la desigualdad no es la misma en todas las sociedades. Según la OIT, la disparidad en función del género en algunos países llega a 45%. Las diferencias entre regiones y países pueden ser muy grandes como lo demuestra, por ejemplo, la distancia en las legislaciones en materia de género entre los países escandinavos y muchos de América Latina y el Caribe. Pero más allá de la escala, hablamos siempre de lo mismo: de estar más cerca o más lejos de alcanzar la igualdad sustantiva, esa que garantiza que todas las personas tengan efectivamente los mismos derechos, oportunidades y posibilidades de incidencia política, económica y de desarrollo humano y personal. Que nos se nos juzgue, parafrasendo a Martin Luther King, por nuestro aspecto o género sino por nuestras capacidades. No estamos sólo hablando de derechos económicos, sino de algo mucho más básico, anterior y fundamental: se trata de Derechos Humanos.
El mundo continúa siendo un lugar desigual para hombres y mujeres. Eso no significa que los hombres no tengas múltiples y difíciles inconvenientes que sortear, sino que las mujeres nos vemos obligadas a enfrentarlos, además, mientras parimos, criamos hijos, cuidamos a los adultos mayores y a los enfermos de las familias, y nos ocupamos de las tareas del hogar. Según cifras del Indec, en Argentina los hombres que participan en el trabajo doméstico no remunerado le dedican 24 horas por semana, las mujeres 45. Eso significa que, en promedio, ellos invierten en tareas del hogar menos de 1 día de su semana y 52 de su año; mientras que ellas casi 2 por semana y 100 cada año. Que las tareas domésticas y de cuidado estén mayoritariamente a cargo de las mujeres tiene consecuencias para ellas: les resta oportunidades laborales, afecta directamente sus ingresos económicos, y lentifica (cuando no cercena) los ascensos y promociones en sus carreras en comparación con los varones.
¿Cómo reflejará esta situación la campaña de 2019? Lo hará de dos modos. Por una parte, se generarán nuevas y múltiples tensiones dentro de los partidos políticos al momento de confeccionar las listas, que ahora deberán ser paritarias. Por otra, la agenda de género ocupará inevitablemente un espacio en las agendas electorales y será, por primera vez, un eje de debate político de campaña. El efecto será muy positivo, dado que se hablará de problemas cruciales hasta ahora relegados, lo que impedirá a partidos y candidatos hacerse los distraídos, y los obligará a elaborar y explicar a la ciudadanía sus propuestas para resolverlos.
Cuando un tema ingresa al debate político, envía también un poderoso metamensaje: lo jerarquiza y le indica a la sociedad que merece ser discutido porque es importante y hay que solucionarlo. Por primera vez en las campañas electorales de toda nuestra vida democrática, eso es lo que sucederá con la agenda de género. Serán enfrentamientos controvertidos y apasionados pero, por eso mismo, esperanzadores. Porque sólo cuando hay pasión hay esperanza, y porque pocas cosas son socialmente más dañinas que la indiferencia
(*) Investigadora CONICET-IIGG, Profesora de la UBA y codirectora del Centro de Opinión Pública de la UB
Fuente: elestadista.com.ar