No todos los políticos saben comunicar y, sobre todo cuando se sobreexponen, tienden a abarcar demasiados temas, lo que los lleva a cometer errores evitables que, en política, siempre son muy costosos. Por eso, entre otras razones, aparecen las figuras de los voceros. Suerte de pararrayos y dobles de cuerpo.
¿Qué se espera de los voceros y voceras? Profesionalismo, experiencia y habilidad para comunicar. Por definición, deben comunicar con habilidad, rapidez y empatía. La empatía es fundamental, para que el clima de las conferencias de prensa no se torne bélico o inútilmente confrontativo y sea el de un intercambio de información que, desde la perspectiva de la comunicación de gobierno, cumpla con uno de sus objetivos prioritarios: marcar el ritmo de la agenda informativa de la gestión y satisfacer las demandas periodísticas.
Cuando decimos profesionalismo, se plantea muchas veces una disyuntiva: ¿en el caso de los temas muy específicos, debe haber adicionalmente una voz experta? El caso del COVID-19 puso en evidencia en muchos países, como por ejemplo el caso de España, el valor agregado de un vocero que conozca en profundidad acerca del tema, pero -y aquí hay que remarcar un aspecto crucial-, que sea empático y buen comunicador. No es sencillo encontrar ese conjunto de virtudes alineado.
Consistencia, visibilidad y coherencia. Claves en la comunicación y en el ejercicio de la vocería. Capacidad para diagnosticar crisis y, sobre todo, no subestimarlas ni sobreestimarlas. Evitar sobreactuaciones, saber encontrar el tono justo que el momento y la situación requieren. Puede parecer fácil, sin embargo, toneladas de desaciertos comunicativos de muchos gobiernos, la mayoría evitables, muestran lo contrario.
Muchas veces los voceros/as presidenciales deben lidiar con declaraciones inoportunas de funcionarios del gobierno, cuando no contradictorias con la línea comunicacional decidida del gobierno. Esto se acentúa en gobiernos de coalición y en momentos de crisis, imaginemos la situación si ambas cosas se combinan …